Leí el
siguiente status en el Facebook de Noelia:
Hoy me levanté con dos amigos nuevos
en el cielo a quienes pedirle intercesión. Hay fiesta en el cielo y en la
tierra! Gracias Señor por tantas gracias en esta fiesta de misericordia.
Y no pensé dos veces en comentarle su
status. Me sentí igual de feliz que ella. Es que este 27 de abril ha sido más
que inolvidable… este ha sido el día que mi Iglesia Católica ha decidido
proclamar Santos a Juan XXIII y Juan Pablo II.
Que coincidencia o “Dioscidencia” que
ambos sean Juan. Según la tradición, Juan es el discípulo predilecto, que siempre acompaña a Jesús en los momentos más importantes y especiales.
Así como con Juan, el Señor desea hacer
de cada uno de nosotros un discípulo que vive una amistad personal con Él. Para
realizar esto no es suficiente seguirle y escucharle exteriormente; es
necesario también vivir con Él y como Él. Esto sólo es posible en el contexto
de una relación de gran familiaridad, penetrada por el calor de una confianza
total. Es lo que sucede entre amigos: por este
motivo, Jesús dijo un día: «Nadie tiene
mayor amor que el que da su vida por sus amigos… No os llamo ya siervos, porque
el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque
todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer». (Juan 15, 13. 15).
Que dicha poder ver como se sentía y compartía
la alegría de todos los fieles en Roma, la mayoría polacos, que estuvieron en
vela toda la noche, o de pie durante todo el acto para no perderse ni un
instante este tan hermoso momento. Aunque no estuve ahí, fui parte de este
regalo que recibimos ese día. Definitivamente es posible llegar a la tan
anhelada meta de ser Santos, como personas normales, que en su cotidianidad
simplemente dijeron si y permitieron que Dios actuara en su vida según su
voluntad.
Que bendición más grande poder vivir/seguir
en directo (por la tele y las noticias) la canonización de San Juan XXIII, el
Papa Bueno; y de San Juan Pablo II, el Papa de la familia. J
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