La semana
pasada tuve la oportunidad de reunirme con la encargada de las catequesis del
Arzobispado de Santo Domingo, para hablar una serie de
temas necesarios para la formación católica. Ella me hablaba de cómo muchas
personas con estudios universitarios o profesionales se acercaban a ella,
proponían cosas muy buenas, y, luego de unos meses, no volvían o perdían el
interés, en contraste con personas de escasos recursos que, sin tener lo
necesario para ayudar, decían que ayudarían y daban lo poco que podían dar. Y
sobre esto quiero que reflexionemos hoy, porque no sucede sólo en las
catequesis de este país, sino en todo el mundo, y es muy curioso que los de
clase baja sí se comprometan, y los otros no.
¿Qué es lo
que esperamos para dar lo que Dios nos ha dado? Dios nos ha dado la inmensa
oportunidad de conocer más de Él, por emisoras de radio, por televisión, por
medios sociales, por laicos comprometidos que dan talleres… Y aún no somos
capaces de salir de donde estamos para dar a otros que no tienen la oportunidad
de conocer más de Dios de estas maneras. Sinceramente, repito la pregunta,
¿cuáles son las condiciones que esperamos para dar de esto? Si lo que esperamos
es tener todo el conocimiento posible para darlo a los demás, nunca lo daremos,
porque el conocimiento de Dios plenamente se alcanza al final de nuestras
vidas, en la eternidad. Si lo que esperamos es poseer las herramientas físicas
(vehículo, proyector, pancartas, etc.) para que los demás puedan acceder al
conocimiento, nunca lo daremos, porque siempre habrá mejores herramientas cada
día. Entonces, ¿qué es lo que esperamos?
Una de las
cosas que me dijo la encargada de la Catequesis me dejó pensando. En uno de los
talleres para catequistas que ella estaba impartiendo vio que una de las
señoras catequistas estaba dibujando mientras ella hablaba. Esta actitud de la
señora indignó a la charlista, la cual le llamó la atención al final del
taller, porque era una desconsideración de su parte estar haciendo dibujos
mientras ella estaba dando todo lo que podía dar para formar a los catequistas.
La señora pidió disculpas y le dijo que ella no sabía leer ni escribir, y que
la única manera que tenía para tomar apuntes de esas cosas que la charlista decía
era dibujando. La señora siguió explicándole que ella hace los dibujos, y luego
va a su casa, donde una nieta suya copia lo que ella le dice a partir del
dibujo que ella hizo. ¡Qué interesante es pensar que nosotros esperamos perder
el miedo escénico, tener una buena oratoria, conocer muchas citas bíblicas y
magisteriales para dar una charla de veinte minutos, cuando esa señora, que ni
siquiera sabía leer o escribir, daba su vida para que otros conocieran a
Jesucristo!
Al Señor no
le interesa cuánto tiempo has pasado conociéndolo, sino la calidad del tiempo
que has pasado con Él. Un conocimiento de Jesucristo es siempre verdadero, y,
por lo tanto, una persona que habla de su experiencia con un Jesucristo real,
está siempre hablando apegado a la Verdad. Pero debe ser una experiencia real,
una vida de oración plena y obediente. Muchas veces es indignante ver a muchos
hermanos que hablan de un Jesucristo muy relativo con respecto de las
realidades del mundo, sin embargo, tú que has venido formándote en tu parroquia,
en tu comunidad, por la radio o los medios sociales con la santa Madre Iglesia,
no abres la boca. Nuestra Iglesia necesita testigos, no sólo intelectuales en
la fe. Nuestra Iglesia necesita personas comprometidas que quieran formarse por
Amor a los demás y por Amor de Dios, y tú ya has tenido esa oportunidad. ¿Qué
te impide escribir, formar, grabar, educar, catequizar, predicar? Ármate con la
armadura de Dios y deja que los demás vean lo que Él ha hecho en ti y puede
hacer en ellos. No tengas miedo, que si una persona que no sabe leer y
escribir, como los apóstoles, evangelizó el mundo, ¿cuánto más no podrás hacer
tú?
*Reflexion de Omar Arbaje: http://amparodelaltisimo.blogspot.com/2012/02/no-se-leer-ni-escribir.html
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