Los niños son capaces de ser amigos del que
tiene mucho y del que no tiene nada; no conocen de marcas a menos que los
adultos se las enseñemos.
Los niños no andan preocupados por el mañana,
piden con la fe y la esperanza de saber a quien están pidiendo. Simplemente confían
en que sus padres proveerán, como deberíamos confiar nosotros en la providencia
incondicional de nuestro Padre Dios.
Los niños son alegres. Cuán fácil nos dejamos
quitar la alegría. Dios quiere que seamos como niños, que nuestra alegría no
dependa del mundo, de lo que tenemos o de lo que nos falta, que dependa de
saber que Dios tiene el control de nuestra vida y en el nuestra vida tiene buen
fin.
Tomado de la reflexion de Rayo de Luz del 02.10.12
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