Fue un sábado intenso, despierta desde
temprano pero con muchas ganas de seguir pegada a la cama (como siempre). Salí
corriendo de la casa porque iba a llegar tarde a mi reunión al Santu, cuando
estaba esperando el metro me percaté que había olvidado el celular. Busqué en
mi cartera un libro para entretenerme leyendo, porque el trayecto era largo, y
también lo había dejado.
Iba todo el camino pensando, meditando,
hablando con mi misma. Mirando a todos a mí alrededor, contando los minutos y
las estaciones que faltaban para llegar.
Imagínate, 14 estaciones (aproximadamente media hora de viaje) es mucho lo que la mente puede inventar.
En la parada previa a la mía, observé que un
chico se levantó de su asiento hacia la puerta guiándose con un bastón… era
ciego. Solo se guiaba por su oído y su bastón.
Con mucha destreza se acercó a la puerta y al llegar a su parada se desmontó y
empezó a caminar con mucha seguridad, sabiendo a donde iba.
Yo, minutos antes estaba preocupada porque no
tenía que leer o chatear para entretenerme, me la pasé mirando a todos y este
chico sin libro, sin celular y sin sentido de la vista iba tranquilo y seguro
en su trayecto por el metro.
Gracias Señor porque a veces olvido lo
dichosa y afortunada que soy por el simple hecho de contar con mis 5 sentidos;
especialmente mis ojos, que aun con miopía y lentes puedo leer, mirar, guiarme
por doquier y apreciar todo lo que me regalas día a día.
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